El bosque como ambiente para la plegaria, para conectar con la espiritualidad, llámese un ser superior a la naturaleza misma.
Los poetas de la antigüedad citaban a Egida, un monstruo que lanzaba fuego y destruía los bosques del medio oriente, hasta que Atenea le dio muerte para detener su poder de devastación.
El Fitzroya cupressoides, árbol nativo conocido por los nombres comunes de Alerce, Lahuán o Lahual, es un árbol siempreverde, de copa alargada y estrecha, de hábito piramidal. La corteza tiene una coloración rojiza, medianamente gruesa, de consistencia fibrosa y con surcos longitudinales. Puede llegar a medir hasta 50 metros de altura y su tronco alcanzar diámetros superiores a 4 metros. Estas dimensiones lo posicionan como uno de los árboles de mayor tamaño en el Cono Sur de América. Se considera uno de los árboles emblemáticos de los bosques húmedos del sur de América y una de las especies más longevas del mundo.
El Alerce Abuelo, en el parque nacional los alerces, echó raíz aquí hace 2600 años: en tiempos en que en otras latitudes del planeta un príncipe de Babilonia derrotaba al imperio Egipcio. Ajeno a guerras y batallas de la humanidad, El Alerce Abuelo creció lentamente aquí mientras Alejandro Magno conquistaba desde Grecia hasta la India, mientras se construía la Muralla China…Ya era un árbol adulto cuando nació Jesucristo.
A medida que el bosque nativo presenta mayor extensión y formas de vida (árboles, arbustos, hierbas, enredaderas, etc), aumenta su capacidad para albergar un mayor número y tipos de especies de flora y fauna. Hacerlos crecer, devolverle sus especies nativas, es uno de los primeros pasos para hacer que nuestros árboles perduren para siempre.
Un viajero llegado de Siberia contó que algunos pueblos antiguos lo consideraban un árbol cósmico por el cual descienden el sol y la luna en forma de pájaros de oro y plata. El bosque de Alerces era el bosque sagrado de estas aves y donde todos los cazadores le hacían una reverencia.
Los alerces obreviven al paso de los siglos, desafían tormentas, relámpagos y lluvias torrenciales, se levantan en las laderas más escarpadas, tienen cicatrices de vida de aquellas ramas rotas por temporales inclementes, en otoño con su reflejo doran de oro las paredes de la montaña y en cada primavera se iluminan llamando a anidar a las aves.
Nuestros días parecen estar a la merced de una nueva Egidia que ha resurgido arrasando bosques. ¿Será necesaria una nueva Atenea, nuevos mitos y leyendas que la sometan y eviten su destrucción, o alcanzará con el respeto de las leyes o decisiones políticas adecuadas?
Fuente: El Chubut