Hace un siglo Argentina soñaba con tener una red ferroviaria que cruzara las siderales distancias del país austral. De aquellas utopías han quedado testimonios que siguen vivos como el Viejo Expreso Patagónico, más conocido como La Trochita, un tren a vapor que recorre las mesetas siempre castigada por los vientos.
El nombre de La Trochita proviene del ancho de trocha de 75 centímetros. El trazado se delineó entre el pueblo de Ingeniero Jacobacci, en la meseta central del sur de la provincia de Río Negro, a 1.500 km de Buenos Aires, con la ciudad de Esquel, situada en la precordillera de los Andes, en Chubut.
Un trazado épico
Son poco más de 400 km con 600 curvas que se construyeron con explosivos y a punta de pico y pala, en medio de inviernos de temperaturas extremas y nieve, y veranos resecos solo acompañados por el viento.
El ferrocarril comenzó a circular en 1945, impulsado por dos tipos de locomotoras a vapor, la Henschel de Alemania y la Baldwin de EEUU.
En sus vagones de madera fabricados en Bélgica viajaban los pobladores de la meseta, que tenían a La Trochita como único medio de comunicación con el resto del país.
Cerrado por el gobierno argentino en 1993, reabrió al poco tiempo como tren turístico, y es uno de los atractivos más románticos para los viajeros que recorren la cara andina de la Patagonia.
Como viajar en el tiempo
Viajar en La Trochita es sentir que se está en un túnel del tiempo. Las locomotoras siguen tirando adelante el convoy gracias al cuidado de orfebrería que le dan sus mecánicos, que hacen lo imposible para reparar cuando apenas hay respuestos.
Como hace décadas atrás, en invierno los pasajeros alimentan una salamandra, la estufa a leña con estructura de bronce que aporta un agradecido calor frente a las gélidas temperaturas.
Los trayectos de La Trochita
Hay dos trayectos posibles para el turismo: uno parte desde El Maitén a Desvío Thomae, y otro une a Esquel con Nahuel Pan.
Este último es un recorrido de 18 km bordeando los cerros, parajes casi sin vegetación donde el paisaje de soledad solo es interrumpido por algún guanaco que mira con indiferencia el paso del tren a vapor.
Al atravesar la Ruta 40, que cruza Argentina de norte a sur, el ferrocarril entra en territorio de la comunidad Nahuel Pan, de la etnia mapuche-tehuelche. Allí se detiene 45 minutos para emprender la vuelta, momento en que los pasajeros aprovechan para visitar el Museo de Culturas Originarias y las ferias de artesanos.
Al regreso en Esquel, ciudad de 30.000 habitantes en el corazón de un valle de abundantes árboles y con un microclima privilegiado, se puede conocer el Paseo Ferroviario emplazado en la antigua estación, en una visita que detalla la historia del mítico ferrocarril.
El otro trayecto, de El Maitén al Desvío Thomae, dura 2.30 horas y a bordo el viaje se ameniza con un servicio de cafetería y pasteles caseros, mientras un guía detalla los secretos de estos paisajes patagónicos.
En ese pueblo también hay un pequeño museo en el que se expone planos originales, vestimentas de los guardas y antiguas máquinas y zorras, vehículos usados por los operarios del tren.
Alquila tu tren a vapor
Hay una tercera opción, pero que solo se organiza como chárter, y es realizar el recorrido original de 402 km desde Esquel a Ingeniero Jacobacci, o los 160 km desde la primera ciudad a El Maitén.
Muchos de los que lo contratan son apasionados de los antiguos trenes a vapor, contingentes que viajan desde EEUU, Alemania, Inglaterra o Japón con ganas de sentir las mismas sensaciones que Paul Theroux describe en su novela El viejo expreso de la Patagonia, un apasionante viaje por vías férreas desde Boston hasta el extremo sur de Argentina.