A tan solo 122 kilómetros de la capital cordobesa, muy cerca del Valle de Punilla, se emplaza otro lugar recóndito que entremezcla el contacto con la naturaleza y la cultura vinculada a los inicios de la provincia. En los senderos del cerro Colchiquí se esconde el Valle de Ongamira, un sitio mágico que permite vislumbrar, como si se hubiera parado el tiempo, cómo vivían los pueblos originarios.
Por supuesto, el paraje está lejos de los principales puntos turísticos de la jurisdicción, sobre la ruta provincial 17. En base a lo indicado por la cartera de Turismo, la comunidad Ayampitín, que se erige como una de las más antiguas de la zona, supo residir allí hace unos cinco mil años. Posteriormente, la región fue habitada por los comechingones, mientras que los primeros pobladores establecieron los grandes asentamientos en la Pampa de Olaen.
El pasaje está repleto de vegetación serrana -y su aroma característico-, cerros de roca con tintes rojizos y diversos contornos provocados por la erosión provocada por el viento y las lluvias. A su vez, se formaron imponentes paredones y aleros naturales con el correr de los años, pero también ofrece paisajes extraordinarios sobre los que se pueden llevar a cabo caminatas: la zona de las Cuevas, con senderos de baja dificultad, incluidas entre las cinco maravillas del distrito; y el cerro Charalqueta, que se eleva a 1575 metros sobre el nivel del mar y cuenta con un bonito mirador.
Valle de Ongamira: la cruenta historia de los pobladores originarios tras la llegada de los colonizadores
Hasta ese punto máximo arribaban las comunidades indígenas en sus últimos instantes de vida con el objetivo de “fundirse con el todo”, tal y como definían a la experiencia de conectarse con el universo tras el fallecimiento. Los camiares se radicaron en la depresión terrestre hasta que los colonizadores españoles pusieron un pie en el siglo XVI, y muchos de ellos protagonizaron un suicidio colectivo ante ese escenario que tiene pocos precedentes en la historia.
Además, aprovecharon las estructuras para resguardarse ante los embates de los europeos y dejaron su huella en las cavidades: en la actualidad, varias especies de aves anidan en las estructuras y las cavernas se acabaron transformando en grutas moldeadas por la propia Madre Tierra. Por otra parte, también hay una serie de cascadas ocultas en las que los visitantes pueden bañarse durante las épocas de calor.
El arroyo de Los Morteros, el cerro Pajarillo y Los Terrones acompañan el marco que es ideal para el turismo tanto alternativo como arqueológico: el espacio de arenisca tiene 130 millones de años de formación y es uno de los lugares más elegidos por los viajeros. A su vez, otros optan por realizar el avistaje de cóndores y cabalgatas a bordo de caballos con la arbolada de fondo.
Como parada obligatoria surge el renombrado Museo Deodoro Roca, que resguarda la máquina de escribir que funcionó para redactar el Manifiesto Laminar de la Reforma Universitaria allá por 1918. Asimismo, exhibe una colección importante de piezas arqueológicas y obras de arte. Por otra parte, se suma a la recorrida el Museo Viajero, que posee una sala móvil que muestra materiales de las excavaciones que los expertos efectuaron en el lugar.
Al enterarse de la historia de la colonización, Ongamira fue catalogado por el poeta Pablo Neruda como el “lugar más triste del mundo”, pero su legado también involucra a los jesuitas y a los hombres contemporáneos. Lógicamente, cuenta con diversas alternativas de hospedaje y la gastronomía es un aspecto destacado: la casa de té y pastelería artesanal “A orillas del río” es una infaltable escala para que la experiencia sea completa.