Un equipo de voluntarios y trabajadores buscan mostrar las bondades de su tierra y expandir la protección del océano para cuidar uno de los ecosistemas con más riquezas del país.
Carola camina a paso firme entre la arena de piedritas negras mientras su perra Lima la sigue moviendo la cola. Apenas unos metros más atrás está su casa. Sube sin esfuerzo una loma hasta una de las rocas gigantes cubierta de algas. Al lado, el mar ruge y salpica.
Con una tijera corta las algas con cuidado de no arrancarlas, las mete en un bowl y vuelve caminando a casa.
Carola cocinará esas algas y las preparará como buñuelos, ensaladas y hasta escabeche para su emprendimiento Amar Algas. Literalmente, vive del mar de Camarones, el pueblo patagónico en Chubut en donde se crió y que ahora lucha por preservar.
“Este mar para mí es todo. Yo nací y me crié acá, o sea que conviví con el mar toda mi vida. Para mí es el paraíso. Siempre lo digo, sin duda”, cuenta a en una charla con TN. Por detrás, a lo lejos, pasan algunos barcos de gran porte que pescan langostinos. Lo hacen con redes grandes y pesadas que arrojan al mar y arrastran, levantando todo a su paso. La pesca de arrastre es una de las más agresivas con el lecho marino y el ecosistema porque no distingue lo que saca del mar.
Carola hace una mueca de incomodidad: “Es un poquito doloroso ver estos barcos en nuestro mar. Entiendo que es parte de la economía de un país, pero creo que hay que buscarle soluciones al tema de la pesca de arrastre y a la depredación”.
El pueblito de Camarones está en el corazón de la reserva de biósfera Patagonia Azul que comprende 450 kilómetros de costa en Chubut, desde Comodoro Rivadavia hasta Trelew. Hay cuatro grandes áreas protegidas en Patagonia Azul: Rocas Coloradas, Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral, Cabo Dos Bahías y Punta Tombo.
Son 3 millones de hectáreas de tierra y mar en donde se concentra una de las mayores riquezas de vida silvestre del país, clave para mantener sano al ecosistema argentino. Quienes viven y trabajan en Patagonia Azul se convirtieron en sus guardianes y buscan expandir el área de protección marina y fomentar un turismo de naturaleza responsable.
“El objetivo de este proyecto es sumar para que la Argentina llegue al 30% del mar protegido para el 2030, un compromiso que se adoptó el año pasado. Estamos abajo del 10%. Queremos tener un área marina protegida lo más grande posible para conservar la naturaleza y los ecosistemas completos del mar”, explica Diana Friedrich, Coordinadora del proyecto Patagonia Azul que la fundación Rewilding tiene en Camarones.
Hoy, uno de sus principales objetivos es conseguir la expansión de las áreas marinas protegidas tanto a lo largo y ancho como de mayor profundidad (hoy hasta 80 metros). La mayor resistencia y problemática viene del sector pesquero, que captura entre 400 y 500 toneladas de pescado cada año. Cada vez con más intensidad, pero no necesariamente con más cantidad. De a poco el mar se agota.
Diana Friedrich, Coordinadora del proyecto Patagonia Azul que la fundación Rewilding tiene en Camarones.
“Existe el mito de que las áreas protegidas perjudican la actividad económica pesquera. Pero en el mundo ya se ha comprobado que hay lugares muy grandes que se protegieron y que eso generó que haya más pescado y no menos”, marca Diana.
Lo que ella y su equipo observan la preocupa: ya hay señales de colapso en el ecosistema del mar patagónico. Las especies que se pescan, aseguran, son cada vez más pequeñas y lo que antes se descartaba ahora es pesca objetivo ¿Por qué? Porque se está interfiriendo con la regeneración del ciclo de las especies.
“Hay menos tiburones, menos delfines, menos recursos. Hay que poner esto en agenda porque si el océano muere, nada queda”, advierte Diana.
Para tratar de concientizar y de poner esto en agenda, a fines de junio se organizó en Comodoro Rivadavia “Misión Atlántico”, un congreso para debatir y diseñar soluciones para la conservación del Mar Argentino.
Participaron casi 30 disertantes, hubo mesas de debate, proyección de documentales y exposiciones. Una de las charlas más celebradas fue la de Shirley Binder bióloga marina especializada en políticas públicas que planteó el caso de éxito de Panamá: el 54% de su mar está protegido.
El problema de la basura
Otra problemática con la que se encuentran las costas de Camarones es la gran cantidad de basura que tiran o se cae por la borda los barcos pesqueros: cajones, redes cortadas, botellas, maquinitas de afeitar. Plástico que no solo inunda el mar sino que también llega a islotes vírgenes y perturba a los animales del lugar.
Angélica junto a una pila de cajones y basura y cae al mar
Es por eso que se creó el club “Amigos del mar de Camarones” que organiza limpiezas periódicas de las playas y jornadas de concientización.
Durante todo el año funciona Casita Azul, una pequeña cooperativa que almacena todo ese plástico y lo entrega a plantas que hacen ladrillos de plástico. También allí juntan cartón y papel y lo convierten en briquetas que funcionan como leña para calentar.
Lo primero que impresiona al llegar a Casita Azul es la montaña de cajones de pesca en la puerta. También los bolsones repletos de botellas de plástico. Muchas vienen de quienes visitan la playa pero no recogen sus residuos.
“Tratamos de cuidar lo poco que tenemos. No llegamos a 2000 habitantes así que no es tan difícil hacerlo. Yo el cuidado del ambiente lo aprendí re tarde, por medio de mi hijo. Empezamos a separar en casa pero antes todo lo tirábamos, no valorizábamos nada. Y hoy te das cuenta de que todo tiene valor”, explica Rosa, una de las trabajadoras del lugar.
Y le suma su compañera Angélica: “Te da mucha impotencia ver todo este plástico porque yo creo que el mar y la tierra son de todos. Solo tenemos que concientizarnos, seguir limpiando”.
El tesoro del Mar Argentino
La navegación hasta isla Leones, uno de los atractivos naturales de Patagonia Azul en donde descansa una gran colonia de lobos marinos, es hostil y vibrante.
La lancha con la que patrulla Lucas Beltramino, coordinador de conservación de Rewilding, rebota contra el mar, de un azul profundo aunque transparente. Por debajo pasan algunas toninas y hasta una ballena jorobada. El viento silba rabioso entre las costas rocosas cubiertas de algas.
En cuanto la lancha se detiene, metros antes de llegar a la isla, se escucha el aullido de los lobos marinos. Se deslizan de a docenas en el agua.
Una colonia de lobos marinos en una de las islas de Patagonia Azul. Foto: Juan Pablo Cháves
“Esta zona tiene una geografía que la hace muy especial, con aproximadamente entre 50 y 60 islas islotes que albergan una diversidad muy amplia de mamíferos y, sobre todo, de aves marinas”, marca Lucas.
Su trabajo es monitorear y controlar las especies, entender sus ciclos y necesidades biológicas. También está a cargo de la reforestación de algas. La población de esta planta se perdió cuando los pobladores del lugar, hace décadas, las arrancaban para hacer un gel de uso cosmético y gastronómico y venderlo.
“Es fundamental poder ampliar el parque porque no es suficiente lo que está protegido para poder conservar estas especies. Las áreas por las cuales se mueven son mucho más amplias. Hay que ampliar las zonas sin pesca para que no exista la competencia humana y los animales puedan desarrollarse mejor”, agrega.
Lucas es Rosarino y vive con su esposa y sus hijas en el espacio que Rewilding construyó para su proyecto en el lugar, a pocos kilómetros de camarones. “Este es el legado que quiero dejarle a ellas, que puedan conocerlo, vivirlo y formar parte. Quiero que nunca pierdan la sorpresa de los avistajes de animales y que aprendan a cuidarlo”.
Un paisaje marciano
Rocas Coloradas es una de las áreas protegidas de Patagonia Azul más impresionante.
Martín marcha a paso firme sobre la tierra seca mientras muestra orgulloso la inmensidad a su alrededor. Montañas rojas con protuberancias que parecen venas. Algunos árboles petrificados y formaciones rocosas perfectamente redondas. El viento le vuela su pelo largo. Rocas Coloradas parece un paisaje marciano pero está justo donde comienza Patagonia Azul.
“Puedo tener mil malestares de salud, pero llegó acá y me olvido de todo, es increíble esta conexión que tengo con la naturaleza”, explica Martín Pérez, guía baqueano de Patagonia Salvaje 4×4. “Acá la Tierra muestra toda su historia, 65 millones de años, la evolución de la Tierra, todo lo que pasó acá fue increíble”.
Además de organizar visitas guiadas a esta parte inexplorada, Martín trabaja para generar un turismo responsable que preserve el lugar.
“Es increíble que la gente no tome conciencia de que si le hacemos un daño a este lugar nada de esto se va a volver a crear. Si nos llevamos fósiles, nos subimos a las geoformas, hacemos fuego donde no corresponde, subimos a los cerros con 4×4 o agarramos árboles petrificados no vamos a poder verlos nuevamente”.
“Tenemos una provincia hermosa con lugares destacados que hay que resguardar. Hay que educar a la gente”, cierra Martín. Su sueño, asegura, es dejarle a su nieta el mismo espacio salvaje y hermoso que él recorre cada día.