A un año de cumplirse medio siglo del Programa de Investigación Ballena Franca Austral, junto al equipo de investigadores del Ocean Alliance se inicia la temporada n°49 de estudios en Península Valdés. Así lo informó el Instituto de Conservación de Ballenas.
Compartimos los principales proyectos de esta temporada y Mariano Sironi reflexiona acerca del rol de la investigación frente a los desafíos que enfrentan las ballenas francas aquí y en otros sitios del mundo
La continuidad de este programa marca nuevos hitos en la historia de la investigación con ballenas tanto en Argentina como a nivel mundial, ya que éste es el estudio más largo del mundo basado en la foto-identificación de ballenas en su ambiente natural. Fue iniciado por el Dr. Roger Payne en 1970.
Este es un momento muy especial del año, ya que nos re-encontramos con las ballenas y -junto a un gran equipo de investigadores y voluntarios- recolectaremos nuevos datos que luego se transformarán en información esencial para la protección de esta población y su hábitat a largo plazo.
Los proyectos de esta temporada son numerosos y variados, combinando metodologías no letales tradicionales con nuevas tecnologías que nos permiten aprender siempre un poco más sobre la biología y el comportamiento de las ballenas.
Adicionalmente, nuestros investigadores participarán de otros proyectos colaborativos y de diversas actividades de divulgación científica y educativas a lo largo de la temporada de campo.
Observar lo que sucede con la ballena franca en el Atlántico Norte es un llamado de atención importante para actuar en la prevención.
Esta especie fue cazada durante siglos, llevándola al límite de la extinción. A partir los años ‘90, estas ballenas de la costa atlántica de Estados Unidos y Canadá, vivieron una recuperación en sus números, desde menos de 300 hasta casi 500 individuos.
Sin embargo, a partir del año 2010 la población volvió a decaer, estimándose hoy en apenas 400 ballenas. En la última década se perdieron unas 100 ballenas de una población en peligro. Y la situación actual es gravísima: 17 ballenas fueron encontradas muertas en 2017 y este año, 8 murieron en apenas dos meses, en junio y julio.
Una de ellas, llamada “Punctuation” era conocida por los investigadores desde 1981. En su cuerpo llevaba las marcas de cinco enmallamientos en redes y dos colisiones con embarcaciones. Además, estas ballenas están cambiando su distribución para seguir al plancton del cual se alimentan, que se desplaza más al norte como consecuencia del aumento de la temperatura del mar por el cambio climático.
Científicos y agentes de gobierno trabajan rediseñando las artes de pesca para hacerlos menos peligrosos, y relocalizando rutas de navegación para reducir las colisiones.
Los monitoreos científicos a largo plazo son esenciales para encender las alertas tempranas y poder anticiparse en las acciones necesarias para proteger hábitats críticos. Es por este motivo que en el ICB estamos comprometidos a continuar con el monitoreo de la población que cada año elige las costas patagónicas de Argentina como área de cría y reproducción
Cada uno de los proyectos científicos, que realizamos en el Área Natural Protegida Península Valdés, cuentan con las autorizaciones correspondientes de la Dirección de Fauna y Flora y de la Subsecretaría de Turismo y Áreas Protegidas de la provincia de Chubut.
Agradecemos a la Armada Argentina y la Administración Argentina de Bienes del Estado por los permisos para llevar adelante las actividades de nuestro equipo de trabajo durante la temporada de campo en Chubut.
Desde que las ballenas francas australes dejaron de ser cazadas a gran escala el siglo pasado, sus poblaciones han ido recuperándose en casi todo el hemisferio sur. La población de Argentina, por ejemplo, continúa creciendo, aunque más lentamente hoy que en décadas pasadas. Al pensar en este dato siento una gran satisfacción, al saber que cada año hay más ballenas que el año anterior.
Al mismo tiempo, sé que la recuperación de la población en su conjunto no implica que todos los individuos se encuentran a salvo o que gozan de pleno bienestar. Muchas ballenas muestran el sufrimiento en sus cuerpos: heridas causadas por hélices de embarcaciones, cicatrices dejadas por sogas y redes de pesca, y vidas que transcurren en un océano ruidoso, que se contamina y que se calienta por la irresponsabilidad y la falta de empatía con la que el ser humano se relaciona con la naturaleza. Así, las ballenas no viven… sobreviven.