Hace 155 años se producía el arribo a la costa atlántica de Chubut del bergantín «Mimosa» en el que, tras dos meses de travesía, llegó el primer contingente galés para instalarse en la Patagonia. Desde el Atlántico a la Cordillera, la gastronomía, las palabras y los apellidos, la arquitectura de los paisajes urbanos y rurales están atravesados por ese episodio que inauguró un sincretismo cultural.
El «Mimosa», de 43 metros de eslora y casi ocho metros de manga, partió desde el puerto de Liverpool el 25 de mayo de 1865 con un contingente de 153 colonos galeses: 56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras y 52 niños.
El grupo, que huía de la esclavitud en el trabajo de las minas de carbón en las islas, llegó a estos parajes en busca de refugio y, con lo puesto, estableció la primera colonia en la Patagonia.
Los colonos querían establecer una colonia galesa en un apartado rincón del planeta, donde no pesaran influencias extrañas y el pueblo del Ddraig Goch (Dragón Rojo) pudiera cultivar libremente su lengua, su religión y sus tradiciones.
, en un accidente costero ubicado al noreste de Chubut, conocido como Golfo Nuevo, en inmediaciones de la actual ciudad de Puerto Madryn, informó La Nación.
Durante el viaje se produjeron nacimientos y fallecimientos. La tripulación imaginaba llegar a un vergel donde poder llevar adelante una próspera agricultura, por lo que no pequeña fue la sorpresa al advertir que en la tierra que los recibía el clima era hostil y el suelo árido. Cuando se conmemoró el 150 aniversario,hace cinco años, hubo grandes fiestas y celebraciones.
Los primeros años fueron particularmente difíciles. Algunos colonos partieron hacia el norte, otros hacia el sur. El sueño colonial de los primeros inmigrantes galeses pareció empezar a materializarse veinte años después, cuando «Los Rifleros de Fontana» se dirigieron a la Cordillera en una expedición que dio vida a Esquel y Trevelin, y abrió camino a una amalgama cultural que, poco más de un siglo después, se convirtió en atractivo turístico.
Gales en la Patagonia
Con una mirada idealista, los nacionalistas galeses vieron en la Patagonia argentina una opción donde poder asentar una colonia para sostener y reafirmar la identidad. El gobierno argentino necesitaba poblar las tierras del Sur, todavía habitadas mayoritariamente por los pueblos originarios. Por lo tanto, se convino el arribo de los migrantes con el compromiso de la adjudicación de tierras para su establecimiento.
Pero al llegar al Golfo Nuevo, se toparon con un paisaje de estepa tan hostil como inesperado, con clima seco y fuertes vientos. En el lugar, había unos pocos galpones y viviendas precarias que algunos galeses llegados previamente habían montado para guarecerse. Entre los primeros grandes desafíos que tuvieron los recién arribados fue el de encontrar agua dulce. Porque si bien la idea era instalarse a orillas del río Chubut, el primer asentamiento no fue sino a unos 60 kilómetros de su desembocadura en el Atlántico.
El desconcierto llevó a que algunos de estos colonos decidieran partir hacia el norte y hacia el sur. Choele Choel y Ushuaia fueron algunas de las ciudades en las que se instalaron galeses que se desprendieron del contingente. Cuenta la historia que un joven sastre empezó a caminar solo, buscando un lugar propicio para instalarse y acabó perdiéndose. Años después se halló un cuerpo con una tijera en el bolsillo y se dedujo que se trataba de él.
El clima de Gales es húmedo. Llueve mucho y no hace falta regar los cultivos. Las primeras cosechas de los galeses en tierras patagónicas, se echó a perder. Esparcían semillas, asomaban las plantas y acababan secándose. Así descubrieron que en estas nuevas tierras era imperioso contar con agua para producir y en virtud de esta revelación, se empezaron a construir canales de riego desde el río Chubut. Años más tarde llegó un nuevo contingente con obreros de una compañía inglesa que construyó el ferrocarril entre Puerto Madryn y Gaiman. También se conformó una cooperativa comercial agrícola ganadera que llegó a tener su barco propio.
La expedición que cambió todo
Fue recién en 1885, veinte años después del desembarco del «Mimosa», cuando una expedición a caballo, encabezada por el gobernador del Territorio Nacional de Chubut, Jorge Luis Fontana, y el emprendedor galés John Murray Thomas, partió desde Rawson hacia el oeste, siguiendo las recomendaciones de pobladores tehuelches que ponderaban las tierras de la Cordillera. La expedición estaba compuesta mayoritariamente por colonos galeses.
Los llamados «Rifleros de Fontana», tras más de un mes de travesía, a fines de noviembre llegaron al actual Valle 16 de Octubre, al que los galeses denominaron «Cwm Hyfryd» (Valle Encantador). El gobierno central de la Argentina decidió otorgarle una legua cuadrada de esta nueva tierra a cada expedicionario para que se pudiera instalar con su familia y de esa manera se empezó a poblar este valle en lo que más tarde se convertirían en las ciudades de Esquel y Trevelin.
Gastronomía, arquitectura y canto, legado galés
El arribo de aquellos 153 colonos que llegaron a la costa atlántica chubutense en 1865 significó el punto de partida de un encuentro cultural, cuyo legado es incalculable y abarca desde formas arquitectónicas hasta recetas y ceremonias culinarias, y el canto coral, que ha tomado vuelo en los últimos años hasta convertir a la provincia en una de las referencias nacionales de esta disciplina.
En el centro de Esquel, la capilla Seión se mantiene desde 1904, preservando el espíritu de sus primeros años, asentada sobre piedra y barro, con sus paredes de ladrillo cocido y techo de chapa. Incluida en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de Chubut desde 1995, ésta, como la capilla Bethel de Trevelin, en los tiempos de la llegada de los colonos no sólo cumplía una función religiosa; sino que representaba el espacio común donde se celebraban las reuniones sociales.
Por su parte, el Molino Nant Fach, ubicado a unos 45 kilómetros de Esquel, sobre la Ruta Nacional 259, sostiene la memoria de los tiempos de la llegada de los colonos en su imponente arquitectura, en su nombre que en galés significa «Arroyo Chico» y en un valioso cúmulo de máquinas agrícolas y de coser e instrumentos musicales que suelen generar admiración en los visitantes que llegan a conocerles.
En materia gastronómica, el llamado «té galés» se caracteriza no sólo por su sabor como infusión; sino principalmente por la ceremonia que se desarrolla alrededor. El té galés se toma con un chorrito de leche, al «estilo inglés», acompañado con pan casero cortado en finas capas y manteca. También incluye la mesa del té, escones con toda clase de dulces, quesos y tartas de frutas.
La torta galesa es curiosamente una receta propia de los colonos que arribaron a Esquel. Se trata de un alimento rico en nutrientes, que solía prepararse para esperar a los hombres que volvían a casa de sus trabajos en días de frío cruel. Es un alimento que tradicionalmente se podía mantener durante mucho tiempo y se cocinaba en una lata, adentro de fogones abiertos.
Otra curiosidad es el estilo de construcción que en la Patagonia se conoce como «galés» y que en Gales no es usual. Esta forma arquitectónica se caracteriza por el uso de ladrillos a la vista, con sus uniones rasadas. El museo de Gaiman, en la ex estación de ferrocarril de la localidad, es un ejemplo cabal de esta modalidad.