Fanáticos de los trenes de todo el mundo llegan hasta este rincón del sur, en Chubut, para conocer una joyita del turismo argentino: La Trochita o Viejo Expreso Patagónico (como se lo conoce en la agencias de turismo internacionales). Un tren que hoy constituye un verdadero museo andante, ya que su estructura y vías sobre las que circula son una reliquia.
Pero no sólo la máquina en sí es atractiva y se destaca sobre otros trenes del mundo. Su valor agregado es el paisaje por el que anda. El vapor de La Trochita se disipa en el limpio cielo patagónico. Sus infrecuentes vagones de madera ruedan en una trocha muy angosta sobre una estepa tapizada de flores silvestres y allí, andando, se pierde entre el imponente marco de cordillera chubutense. En fin, parece un trencito de juguete movido por la mente imaginativa de un niño.
Sus vagones de diminutas dimensiones y su particular trocha angosta lo convierten en uno de los pocos que sobreviven al paso del tiempo.
La Trochita serpenteando por magníficos paisajes patagónicos, una combinación ideal para disfrutar de un placentero viaje.
En los alrededores y en forma muy dispersa habitan algunos descendientes de mapuches, dedicados principalmente a la actividad pastoril y a la realización de artesanías en telar que luego venden en las muestras artesanales que ocasionalmente se organizan. Todos los años en el mes de marzo, su principal ceremonia religiosa, llamada Camaruco, los convoca al pie del cerro Nahuel Pan para invocar a su dios, Nguillatún.
En invierno, cuando la nieve pinta el paisaje en movimiento del tren, los propios pasajeros le pueden echar leños a la salamandra del vagón, y así calentar la estadía dentro del mismo.