Museo Leleque

· 19 Ago 2014 ·
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El Museo Leleque está en el kilómetro 1.440 de la ruta nacional 40. A 20 kilómetros de El Maitén, 90 de Esquel y 180 de Bariloche. Y dentro de la estancia que lleva su nombre, que es de la Companía de Tierras del Sud Argentino, propiedad de los hermanos Carlo y Luciano Benetton. Lo rodea un imponente paisaje cordillerano.


El museo Leleque y el Centro de Investigaciones Científicas cuentan el pasado de una Patagonia forjada por comunidades indígenas y pioneros europeos que decidieron escribir su historia en estas tierras.


Hablar del museo Leleque es conocer la historia de Pablo Korchenewski. Llegó desde Ucrania en 1948 y, 5 años más tarde, se trasladó al sur del país para radicarse en forma definitiva. Ya sea en Río Turbio, donde fue minero, en Puerto Madryn, o en los distintos rincones que recorrió en la Patagonia, Pablo perseguía la idea de coleccionar objetos que documentaran el pasado de la región. 

Años de juntar y clasificar pequeñas y “viejas” cosas, dieron como resultado una colección arqueológica de más de 14.000 piezas que se convirtieron en el principal patrimonio del museo Leleque. Pero para su creación faltaban algunos protagonistas. 


En principio, Korchenewski donó en 1996 su colección a la Fundación Ameghino, dirigida por su amigo el antropólogo Rodolfo Casamiquela. Luego, el contacto con Carlo Benetton, que ya poseía tierras en la Patagonia, haría el resto. Tres años después surgían el Centro de Investigaciones Científicas “El hombre patagónico y su medio” y el museo Leleque.

Lugar para un sueño 

La idea original de Korchenewski no sólo cobró nuevo impulso sino que logró convertirse en un proyecto científico y didáctico que adoptó como marco el entorno rural de la estancia Leleque. 


Su nombre proviene de los tehuelches meridionales, que designaron así a un arbusto de la región. Asimismo, este lugar fue escenario en 1888 de los últimos enfrentamientos entre los tehuelches y las tropas nacionales. 

Por ello, la actual exposición del museo, pensada por el investigador Casamiquela, busca rescatar el valor histórico del pueblo tehuelche.


En este sentido, la primera sala denominada “Los pueblos autóctonos” refleja el modo de vida y la cosmovisión de los tehuelches, herederos de una tradición de más de diez mil años de antigüedad. La reconstrucción de una tienda en tamaño natural, los trabajos en piedra, los quillangos, las armas utilizadas para la caza y los utensilios recrean su cultura. 


La segunda sala, que recibe el nombre “El encuentro de dos mundos”, expresa el encuentro de los tehuelches con los primeros europeos. En esta etapa, la introducción del caballo determinó cambios radicales en el movimiento de los indígenas. 

La sala siguiente, “Hacia la sociedad sedentaria”, muestra el avance del comercio y la industria ganadera ovina, beneficiada por la conquista del desierto, que derrotó a las poblaciones autóctonas.


La última sala dedicada a “Los Pioneros” hace referencia a los inmigrantes de diversos orígenes étnicos y geográficos que vinieron a radicarse, cómo se adaptaron y forjaron su futuro en la Patagonia. 


Además de la muestra, el boliche del museo, ambientado en 1920, constituye un auténtico espacio representativo de la vida rural. Distribuidores de bebidas, bazares, restaurantes y pensiones, los bodegones de la Patagonia también escriben su historia, la de aquellos hombres que, generalmente solos, venían a hacerse la Patagonia. 

En el boliche no sólo se puede tomar algo como hacían los lugareños, sino que también se pueden hojear libros y comprar artesanías sureñas.

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