En sintonía con la historia del país, el Malbec argentino es un vino inmigrante en tierra de inmigrantes. La uva, de origen francés, no llegó en el siglo XX, como tantos europeos que desembarcaron en Sudamérica, sino un siglo antes. Pero, desde su arribo, le llevó 150 años encontrar su identidad criolla y convertirse en un emblema nacional.
Hoy Argentina es el mayor productor mundial de este varietal, con 45 mil hectáreas cultivadas y un volumen de más de 2.500.000 hectolitros anuales (cifras de 2020). De ese total, un 57 % se destinó al mercado externo, donde la cepa es sinónimo de vino argentino de alta calidad.
Aunque en el país se producen otras variedades y vinos de corte (blends) con excelentes resultados, ha sido el Malbec la punta de lanza que le ha permitido posicionarse como uno de los grandes productores vitivinícolas del Nuevo Mundo (fuera de Europa).
La historia del Malbec está ligada a la región de Cahors, en el sudoeste francés, donde se cree que el vino fue introducido por los romanos en el siglo II. La primera referencia al varietal se encuentra en una publicación del siglo XVI, Traité de la Vigne et du Vin («Tratado de la viña y el vino») de Francois de Roaldès -catedrático de la Universidad de Cahors-, que menciona una «uva negra que hace muy buen vino». Hablaba de la uva Auxerrois, antecesora de la Cot, que más tarde adoptó el apellido de un viticultor húngaro, Malbeck o Malbek.
El florecimiento del varietal en Europa se frenó en la segunda mitad del siglo XIX por la devastadora plaga de filoxera, un parásito de la vid. Al mismo tiempo, el Malbec llegó a Sudamérica de la mano del ingeniero agrónomo Michel Pouget. Sin embargo, como indica el historiador argentino Pablo Lacoste, «la expansión del Malbec no fue resultado de una estrategia pensada por la industria vitivinícola argentina. Los grandes capitanes de la industria del vino y sus asesores tecnócratas fueron indiferentes durante muchos años a este varietal».
Si bien el Malbec llegó a ocupar 58 mil hectáreas plantadas en Argentina en 1962, fue recién a fines de ese siglo que se descubrió su potencial para hacer vinos varietales de calidad. La visión llegó, llamativamente, con el advenimiento de enólogos franceses como Michel Rolland, que comenzó a trabajar en el país como asesor en 1988 convocado por el bodeguero salteño Arnaldo Etchart.
«Argentina empezó exportando más Cabernet Sauvignon que Malbec. Este varietal empezó a identificar al país en los años 90. Fue como un salvador: la historia no sería la misma sin el Malbec, que puso al país en el mapa del vino mundial», observa el enólogo argentino Marcelo Pelleriti, que elabora vinos en Mendoza y también en la región de Pomerol, Francia.
En las primeras décadas del siglo XXI, el varietal creció en calidad y reconocimiento internacional y se transformó en una insignia. «Hoy cuando se habla de Malbec se habla de Argentina, al igual que sucede con el Pinot de la Borgoña, el Merlot de Burdeos o el Syrah de Australia», ejemplifica Pelleriti.
¿Cómo se logró que esta uva francesa alcance mayor esplendor fuera de su lugar de origen? ¿Y cómo Francia, potencia vitivinícola imbatible en el mundo, de algún modo «perdió» su varietal? Los factores, además de la histórica plaga de filoxera en Europa, son varios. Los enólogos franceses que elaboran Malbec en Argentina lo explican.
«Sin duda, los mejores Malbec del mundo están producidos en Argentina. No solamente los reconocimientos internacionales lo comprueban. Por el clima más continental, son vinos muchos más redondos y frutados que los franceses. Esta característica de vinos redondos lo hizo famosos», sostiene Thibaut Delmotte, de Bodega Colomé, que elabora vinos a 2.300 metros de altura en Cafayate, Salta.
Su colega Hervé Birnie Scott, de Terrazas de los Andes (Mendoza), concuerda: «El Malbec es sensible a la podredumbre y aquí gracias al clima seco y la altura obtiene mucha frescura, encuentra lo que necesita: tener la cabeza en las nubes». También señala que los suelos «aluvionales y pobres equilibran el vigor del Malbec y hacen que tengamos vinos bien concentrados».
Francois Lurton, responsable de bodega Piedra Negra (Mendoza), aporta: “El Malbec que se trajo a Argentina no se plantó con raíces, por lo cual no se desarrolló igual que en Francia, fue cambiando genéticamente. Ahora el Malbec argentino ya es una variedad particular que no corresponde a ningún clon de Malbec francés. Esta variedad, el clima y el terroir, aquí dan algo increíble. En Francia no da cosas muy interesantes”.
En Cahors todavía se hace Malbec, aunque la variedad no figura ni siquiera entre las diez más importantes de Francia. La superficie cultivada es muchísimo menor que la de Argentina (no más de 6 mil hectáreas) y el terroir, marcadamente diferente, da vinos de otros estilos.
«En Cahors ahora buscan un estilo más ‘argentino'», opina Thibaut Delmotte. «Históricamente, los Malbec de Cahors son muy tánicos y eran usados en los cortes de Burdeos para aportar color y estructura tánica. Ahora los productores buscan expresar la fruta del varietal sin extraer los taninos duros, dando Malbec frutados y menos astringentes».
«En Francia es más crucial el concepto de terroir», dice a Clarín Pascal Verhaeghe, Presidente de la Unión de Profesionales del Vino de Cahors, y destaca que las etiquetas de los vinos de esta región llevan la inscripción de Appellation o Denominación de Origen Controlada (DOC), una distinción que identifica los productos originarios de un lugar en particular.
En Chile, Estados Unidos y Sudáfrica también se elabora Malbec en pequeña escala y repercusión. «Se produce poco Malbec en otros países porque fue olvidado del mundo. Llegó por accidente a la Argentina y se adaptó bien: aquí tuvo la mejor trayectoria», observa Hervé Birnie Scott.
A pesar de estar muy lejos en volumen de las cepas más populares del mundo (como el Cabernet Sauvignon, el Merlot y el Chardonnay), el Malbec argentino juega en las grandes ligas del vino mundial, con premios y altos puntajes de críticos internacionales. Y esto, parece, es solo el comienzo.