¿Hay algo más romántico y poético que vivir en la esquina de Los Nogales y Boysenberry? Desde la Cuesta de Ponce –sobre la ruta 40-, el pueblito de El Hoyo aparece en el fondo del valle, rodeado por los macizos imponentes de los cerros Pirque y Piltriquitrón, con su particular arquitectura andina, sus plazas, la iglesia y el encanto de veredas con árboles en flor que a esta altura del año solo pueden disfrutar los lugareños, toda vez que la pandemia impide la llegada de los visitantes.
No obstante, la localidad prepara sus mejores galas a la espera de poder abrir la temporada turística estival, al menos para habilitar la llegada del público patagónico: los dueños de las cabañas, campings y hosterías cortan el pasto, limpian las cercas y pintan sus carteles; los dedicados a las cabalgatas diseñan nuevos recorridos y el municipio arregla los caminos para llegar a los principales atractivos paisajísticos, incluyendo Puerto Patriada, El Desemboque, la catarata Corbata Blanca y la laguna de Los Buenos Pastos. También hay parques temáticos, como el laberinto natural “Patagonia” (el más grande de Sudamérica) y “Arcosauria”, con todos los animales de la Era del Hielo.
A escasos kilómetros de El Bolsón, el Parque Nacional Lago Puelo, Epuyén, Cholila y El Maitén, El Hoyo es el “corazón de la Comarca Andina del Paralelo 42” y el punto ideal para alojarse y programar desde aquí las vacaciones. El lugar está equipado con todos los servicios para una estadía cómoda y hace gala de una gastronomía basada en la cultura de los colonos criollos: no faltan los buenos corderos y chivitos al asador o los chacinados de calidad insuperable; además de una repostería heredada de las abuelas ucranianas, polacas y galesas.
Apenas la familia se instala, la primera tentación es salir a caminar por los largos callejones bordeados por álamos añosos, que rinden homenaje a los colonos que dieron origen a la población a principios del siglo XX: Paladino, Benavente, Trafián, Azócar, Larenas y Los Inmigrantes, donde el tiempo parece retroceder y van apareciendo las chacras con sus arboledas, las vacas pastando y los campesinos sembrando las papas. El Hoyo extiende su fama mundial de ser la “Capital nacional de la fruta fina”, con la aparición de las primeras cerezas a mediados de diciembre. Casi en simultáneo llegan las frutillas y a lo largo del verano se suman las frambuesas, grosellas, arándanos, corintos, cassis y guindas, más las silvestres rosa mosqueta, sauco y maqui que se utilizan para la elaboración de dulces y licores.
En los últimos años, se agrega que también es “la cuna de los vinos chubutenses”, a partir del viñedo y la bodega fundada por Bernardo Weinert a mediados de los ’80 y que para los próximos meses promete la inauguración de otras dos bodegas para recibir al turismo.
Hay que sumar a la ruta de las cervecerías artesanales, un sello distintivo de la región, más los establecimientos dedicados a fabricar envasados, que junto a las artesanías “demuestran y fortalecen la identidad productiva, cultural y social de la localidad. Tenemos mucho para mostrar en este pueblo”, se enorgullecen los hoyenses.
En la feria Tierra de Encuentro, pegada a la estación de servicios, se exponen a la venta productos de elaboración artesanal, desde los reconocidos dulces caseros, quesos y finos licores hasta escabeches, artesanías en cuero, madera, cerámica y tejidos (sábados, domingos y feriados de 10 a 13).
Un grupo de 12 mujeres conforman “Hebras nativas”, una muestra permanente en la entrada a El Hoyo que incluye piezas artesanales únicas con altísimo valor agregado, como fibras naturales hiladas de llamas, guanacos y ovejas; tejidos a telar, dos agujas, crochet con fibras naturales y teñidas artesanalmente (ponchos, guantes, gorros, mantas y bufandas.