Sebastián Romero, buzo profesional y capitán ballenero, fue el primero en añejar vinos bajo el mar. En abril de 2019 sumergió sus primeras botellas y tres años después, en marzo de 2022, las retiró del mar con un hermoso acabado de incrustaciones de coralina.
La pasión por el buceo, el amor por las ballenas y la curiosidad por los vinos dieron como resultado un proyecto único en Argentina: la primera cava submarina en aguas de Puerto Pirámides. Sebastián Romero, de 52 años y oriundo de Puerto Madryn, empleó su experiencia como buzo profesional en una actividad que se transformó en un pasatiempo.
Sebastián reconoce que no es tomador de vinos, sin embargo cuando un amigo le propuso incursionar en este mundo no lo pensó dos veces. “En primavera del año 2018 vino un amigo mío, gran tomador de vinos, con la idea de guardar vinos abajo del mar. Yo nunca había escuchado del tema. Me quedé pensando y dije ¿por qué no hacerlo? En Argentina no existía nada igual, solo en Europa, sobre todo Italia. Así fue como empecé una prueba experimental en marzo de 2019”.
Su desconocimiento sobre vinos lo dejó a merced de los consejos. “Me dijeron que tenía que ser un vino especial, con potencial de guarda. Como no soy tomador de vinos mucho no entendí, hasta que me mostraron un vino que se llamaba Profundo. El nombre me atrapó, era perfecto”.
Sin conocer la bodega, confió en la calidad del vino. “La etiqueta decía potencial de guarda 5 años, y compré dos cajas”, dijo. Preparó todo para el añejamiento. “Armé estructuras de hierro y preparé las botellas. No sabía cómo iba a ser la conservación de las etiquetas debajo de lagua; un método era pintarlo con barniz marino y otra engomarlo con silicona. Las botellas van lacradas en el pico para proteger el corcho de la presión. Elegí un lugar escondido, en Pirámides. En abril de 2019 las bajé, sin saber cuánto tiempo las iba a dejar. Así pasaron 3 años”.
Un secreto bajo el mar
Entre corales y el fondo marino, hogar de la ballena franca austral, Sebastián puso a añejar sus primeros vinos a 20 metros de profundidad y a 10 km. de la costa de Pirámides. Un lugar secreto, marcado con GPS, que nadiem ás conoce. “Las condiciones de guarda bajo el mar son muy buenas porque hay una temperatura constante. Los rayos ultravioletas están filtrados y es como tenerlos en una cava, con condiciones de guarda ideales”, reveló el buzo.
El resultado fue increíble. Las botellas, extraídas del lecho marino, estaban adornadas con incrustaciones de coralina que le daban un aspecto especial. “Descubrí que el lacre funciona perfectamente, que las etiquetas con barniz se salen y que con las de silicona se la aguantan. Lo más importante, me di cuenta que los vinos lacrados con silicona filtraron agua de mar. A esos los guardé de adorno”.
A las botellas que les entró agua marina, los abrió para probarlos durante un asado con amigos. “El vino estaba buenísimo”, dijo. “Tenía un poco de sabor a mar, pero se podía disfrutar porque el vino era bueno”.
Preparó un packaging de madera con cubierta de vidrio y le plasmó un nombre: “Entre Ballenas”. Tenía entre sus manos algo nunca antes hecho en el país y vendió cada botella a un valor de 200 dólares. “Nadie se anima a abrirlo, todos los guardan como una reliquia”, dice.
Sebastián Romero fue buzo profesional entre 1994 y 2002. Luego se convirtió en capitán ballenero y ahora trabaja en una empresa de avistaje de ballenas en Pirámides.
Su pasión por el buceo lo sigue a todas partes y trabajó en la producción de Javier Calamaro bajo el mar. “Hicimos dos conciertos bajo el mar, uno en 2007 con motivo de vigilia de ballenas en Pirámides dando inicio a la temporada, en el Aquavida I; y otro en el Aquavida II, con tres buzos en el muelle de Madryn, donde Calamaro grabó un videoclip para su disco”.
Reconoce que su experiencia con la cava submarina es la primera en Argentina. “Hasta ese momento nadie lo había hecho. Luego se hizo en san Antonio y en un lago de la cordillera”.
“Ahora que descubrí el método correcto para hacerlo, este año me copé y bajé 60 botellas”, dice. “No lo hice por la plata, me interesaba la experiencia. Pero resultó ser un mercado muy codiciado. La mística de haber estado 3 años entre ballenas y con las incrustaciones de coral, transformó los vinos en un objeto de colección”.